Conciencia colectiva
Ayer, 15 de octubre de 2009, se llevó a cabo una convocatoria de pueblo. En un pueblo como el puertorriqueño, es muy difícil poder poner de acuerdo a miles de personas para que respondan de manera contundente a un llamado. Mi pueblo es uno lamentablemente polarizado, principalmente por las diferentes ideologías políticas que se encargan de crear las diferentes parcelas con sus respectivos colores. Eso sin mencionar la polarización que se crea en una sociedad cuando hay diferentes clases sociales, profesionales, religiones, etc. La” parcelización “principal, la crean los mal llamados líderes políticos.
Tomando en cuenta este hecho divisorio, cobra mucha prominencia y significado la respuesta del pueblo al llamado del Paro Nacional. Para que un pueblo como el puertorriqueño haya respondido de la forma y manera que lo hizo, tuvo que haber un agente catalítico que provocara sonora reacción. Ese agente lo llamaré insensibilidad. Pero esa insensibilidad tiene una definición bien particular en esta situación. Y es compromiso con los grandes intereses del capital. Esa insensibilidad se materializó cuando el gobierno de turno decidió tirar a la calle a miles de padres y madres de familia, al dejarlos sin empleo, y por ende sin provisión. Ello constituyó un atentado en contra de la estabilidad y la seguridad de esas familias, y una amenaza ulterior al resto de las familias puertorriqueñas.
La indignación colectiva retumbó por todos los rincones del planeta, menos en la conciencia de los gestores de tan macabra acción. Se le preguntó a un alto (con estatura moral piojosa) funcionario del gobierno su pensar con respecto al sentir del pueblo (luego de la demostración de indignación colectiva) si ellos reconsiderarían su postura de revocar la nefasta ley 7, que promovió los despidos. Su respuesta fue otra demostración de insensibilidad, un no. Es decir, se mantiene el beneficiar a unos pocos (los que nos dan los chavos, a los que tenemos que demostrar que somos competitivos, a los que miran por encima del hombro al pueblo, etc.) en detrimento de los muchos. Y es que este gobierno ofreció como garantía para pedir prestado nuestras casas, autos, seguros de salud, nuestra comida, y hasta el futuro bienestar de las generaciones por llegar.
Ante una tentativa contra la vida misma de un pueblo, que hace decenas de años tiene a un sector del mismo acostumbrados a un estado de mantengo, (para cautivar sus conciencias y/o comprar sus votos), pretende como alternativa, ofrecer la misma dádiva. Pero ojo, como dice una canción, “todo tiene su final, nada dura para siempre”. Si mi país (nuestros gobernantes), ha llegado al estado de hipotecar nuestras vidas y nuestro futuro, lo ha hecho por mantener un estilo de vida insostenible, basado principalmente en el consumo desmedido y en la creación de obras dignas de economías del mal llamado primer mundo (G8). Dicho estilo de opción económica, tiene como resultado final, que dejemos lo que ganamos, en manos de los que nos venden un sin número de ilusiones, cuyo costo nos está llevando poco a poco a la miseria y la desesperanza.
Esa conciencia colectiva pide a gritos, un nuevo país, con una nueva esperanza, y una nueva ilusión. Ilusión, basada en un esfuerzo general, donde se facilite un bienestar apoyado en el esfuerzo propio, que alimente la autoestima de un pueblo ya cansado de limosnear para vivir, donde se valore, apoye y promocione el deseo de progresar en cada uno de los haberes que caracterizan un pueblo por su peregrinar en el día a día. Para ello se necesita la sincronización y el compromiso de todos los sectores que fueron parte de esa conciencia colectiva el pasado 15 de octubre.
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